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La propagación del COVID-19 sacude a los mercados financieros

14.04.2020
El primer trimestre de 2020 será recordado como el periodo en el que la propagación del virus COVID-19 se extendió a lo largo del mundo y precipitó episodios de distanciamiento social sin precedentes en la historia moderna.

La falta de visibilidad y el consecuente empeoramiento de las previsiones de (de) crecimiento por las paradas de la actividad lastraron significativamente el comportamiento de los activos de riesgo en el periodo y, como ya sucedió a finales de 2018, la mayoría de activos financieros sufrieron direccionalidad, lo que ha hecho difícil escapar a la situación de pánico generalizado. Dejando de lado las enormes repercusiones a nivel social, la magnitud del impacto económico dependerá del éxito en la contención de la propagación del virus y la capacidad de volver a activar la economía una vez se disipen las amenazas de contagio.

Esta falta de visibilidad está dificultando la estimación de daños por parte de los agentes económicos. Así, en términos macroeconómicos, a pesar de que las previsiones de crecimiento mundial de los principales organismos supranacionales todavía no recogen el impacto del coronavirus de forma más actualizada, las principales casas de análisis sí han comenzado a integrar la situación actual en sus proyecciones. Teniendo en cuenta lo anterior y a falta de (severos) recortes adicionales en las previsiones, el consenso de estimaciones de crecimiento del PIB estadounidense se sitúa en el -1,9% para 2020 y en el 2,8% para 2021; por lo que respecta a la eurozona, el promedio se sitúa en el -4,6% y el 3,7% para 2020 y 2021, respectivamente; finalmente, en cuanto a China, las previsiones del mercado para 2020 y 2021 apuntan un crecimiento equivalente al 2,8% y al 7,1%. Acerca del calendario económico, el dato más destacado en el periodo, y que pone de relieve la grave situación económica, fueron las peticiones de subsidio por desempleo en EE. UU., las cuales ascendieron -para las dos últimas semanas de marzo- a casi 10 millones, el dato más alto jamás registrado.

En este entorno, el Banco Central Europeo lanzó un programa de compra de activos por importe de 750 000 millones de dólares hasta finales de 2020, equivalente al 6,3% del PIB europeo, con el objetivo de combatir los posibles efectos del coronavirus sobre la economía del Viejo Continente. Además, previamente anunció 120 000 millones de euros adicionales, que se deben sumar a los 20 000 millones de euros al mes que estaban vigentes antes de la irrupción del virus.

Por su parte, la Reserva Federal no se quedó rezagada y las medidas llevadas a cabo fueron aún más agresivas que las de su homólogo europeo, puesto que rebajó los tipos de interés de referencia hasta situarlos en niveles del 0-0,25%, además de anunciar un compromiso de compra de activos en la cantidad que sea necesaria -sin límite-. Además de esto, la Fed abrió líneas de financiación directas para empresas y consumidores por un importe de hasta 300 000 millones de dólares e incluso dispuso de $30 000mn para la toma de participaciones en capital. Los gobiernos tampoco se quedaron al margen y reaccionaron de forma fulgurante al anunciar paquetes de estímulo fiscal (directos y en forma de avales) de diversa índole y tamaño, siendo el más destacado el paquete de medidas del gobierno americano valorado en 2 billones de dólares (10% del PIB).

Esta incertidumbre generada por el coronavirus propició que bonos gubernamentales de referencia actuaran como activos refugio y redujeran sus rendimientos durante los primeros meses del año. El bono a 10 años alemán actuó como activo refugio y profundizó en terreno negativo para situar su rendimiento en el -0,47% a 31 de marzo desde el -0,22% con el que cerró diciembre.

Igualmente, el Treasury estadounidense acabó el trimestre en 0,67% y estrechó su rendimiento en 125 P.B. Por otro lado, el bono a 10 años español reflejó la incertidumbre generada por la rápida expansión del virus en el país, así como las preocupaciones acerca del deterioro de su déficit ante las fuertes medidas de estímulo fiscal, y situó su rendimiento en el 0,68% desde el 0,45% con el que cerró 2019, llegando a alcanzar niveles del 1,22%.

Si bien el análisis de la temporada de resultados correspondiente al cuarto trimestre de 2019 quedó ensombrecido por el desarrollo del virus, lo cierto es que la mayoría de compañías lograron batir las expectativas del consenso y abrieron la puerta al moderado optimismo al entrever un mejor posicionamiento corporativo con respecto a otras crisis anteriores. Empezando por el Euro Stoxx 600, se produjo un decremento de las ventas equivalente al -1,15%, mientras que los beneficios crecieron un 3,5%, principalmente impulsados por el sector financiero. En Estados Unidos, tomando como referencia el S&P 500, el crecimiento de las ventas fue del 3,4%, mientras que el BPA creció a ritmos del 1,3%.

Los índices de renta variable empezaron a descontar los efectos que el coronavirus pueda tener sobre la economía mundial. Así, el Euro Stoxx 50 finalizó los tres primeros meses del año con una caída equivalente al -25,6%, mejorando ligeramente el comportamiento del IBEX 35, que retrocedió un -28,9%. En EE. UU., el S&P 500 acabó el mes de marzo depreciándose un -20,0% en el año, mientras que el Dow Jones Industrial Average y el Nasdaq registraron retrocesos del -23,2% y del -14,2%, respectivamente. Finalmente, el MSCI Emerging Markets cayó un -23,9% medido en dólares estadounidenses. Mención aparte merece el crudo, afectado por la tormenta perfecta al verse acusado por el empeoramiento de las perspectivas económicas y por la falta de acuerdo entre los miembros de la OPEP+, lo que hizo que cayera hasta un -66,5% durante los tres primeros meses de 2020. El oro, en cambio, se apreció un 3,9% debido a su condición de activo refugio. Finalmente, el cruce euro-dólar se situó en 1,1031 a finales de marzo desde 1,1213 visto a cierre de 2019.

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